En Inglaterra, y no en África, el banquero y coleccionista zoológico Lord Rothschild con frecuencia usaba cebras para tirar de sus carros. Era habitual verlo por el Londres de principios del siglo XX en alguno de sus carruajes tirado por estos exóticos animales, convirtiéndose en el centro de todas las miradas durante sus paseos.
En 1899 el capitán Horace Hayes, en su destino de África oriental, fue un poco más allá y comparó la utilidad de las distintas especies de cebras sometiéndolas a diferentes pruebas. Comprobó, entre otras cosas, que el cuello de la cebra era tan fuerte y se quedaba tan tieso que era incapaz de doblarlo en ninguna dirección, y por tanto era muy difícil darle órdenes. Fue capaz de adiestrar algunos ejemplares en su granja pero se hacían incontrolables en campo abierto. A pesar de ello concluyó que de las tres especies más abundantes de cebras, la cebra de Burchell (Equus quagga) era la de más fácil domesticación. Además era también inmune a las enfermedades transmitidas por la picadura de la mosca tsé-tsé.

Con el progresivo declive del uso del caballo durante el siglo XX desapareció la rocambolesca idea de usar a las cebras como sustitutas de los equinos. Afortunadamente para ellas.
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